Ocho.
Apoya la nuca contra la pared. Le alegra no tener cabecera. Abre las piernas para abarcar el todo de la cama y se sube la cobija blanca hasta el borde de los labios y ya está, acaba de acostarse. Mete las manos entre sus nalgas y el colchón para que el peso las adormezca y sentir la seguridad de que tiene las manos atrapadas. Sabe que no hay nada enfrente, nada: así lo ha dispuesto. No quiere fotos, ni pinturas, ni libros o discos o computadora. Nada de máquinas. Ningún adorno en esta recámara que será pintada de blanco. Todo blanco para tener algo de presente que es suyo, muy, muy suyo.