Sesenta y dos
Tu hija creció, veinte años. Su rostro es una interesente conflictividad. Tu mujer se alza con la victoria de la guerra conyugal sin saberlo, le concedes tu derrota y la premias con una ramita de cilantro. Jugar en su terreno fue y es la única teoría posible y yo creí que esto era un juego y fue la capitulación de una historia a favor de otra, más consistente y aglutinante, la práctica y lo urgente, en realidad eso de la forma y el fondo es un error de comprensión donde se solazan los políticos. El trabajo de oficinas fue la prolongación de un absoluto recreándose sobre sí mismo, descrito en argumentos fofos. Las películas vistas nunca alcanzaron a perturbar algo que no fuera un evanescente entusiasmo que se diluía en la siguiente ficción y la verdad esa de que en una situación normal tardarías una vida entera en encontrar toda clase de asuntos literarios es una bandera de camorrero.
En este vértigo de presupuestos, prospectivas y proyectos, una persona como yo apenas puede mantenerse en coherencia y en decencia y el fút- bol aparece como esa solución de materialidad y continuidad en donde se decide algo más de lo que anuncian los narradores. Los jugadores no son ellos mismos. De hecho la apuesta no es por dinero y el foco de integración mental se reduce al juego por sí sólo, sin importar quién gane. Por eso siempre apago la tele veinte minutos antes de que termine el encuentro.
Tu hija creció, veinte años. Su rostro es una interesente conflictividad. Tu mujer se alza con la victoria de la guerra conyugal sin saberlo, le concedes tu derrota y la premias con una ramita de cilantro. Jugar en su terreno fue y es la única teoría posible y yo creí que esto era un juego y fue la capitulación de una historia a favor de otra, más consistente y aglutinante, la práctica y lo urgente, en realidad eso de la forma y el fondo es un error de comprensión donde se solazan los políticos. El trabajo de oficinas fue la prolongación de un absoluto recreándose sobre sí mismo, descrito en argumentos fofos. Las películas vistas nunca alcanzaron a perturbar algo que no fuera un evanescente entusiasmo que se diluía en la siguiente ficción y la verdad esa de que en una situación normal tardarías una vida entera en encontrar toda clase de asuntos literarios es una bandera de camorrero.
En este vértigo de presupuestos, prospectivas y proyectos, una persona como yo apenas puede mantenerse en coherencia y en decencia y el fút- bol aparece como esa solución de materialidad y continuidad en donde se decide algo más de lo que anuncian los narradores. Los jugadores no son ellos mismos. De hecho la apuesta no es por dinero y el foco de integración mental se reduce al juego por sí sólo, sin importar quién gane. Por eso siempre apago la tele veinte minutos antes de que termine el encuentro.