caricriatura 10

Diez.

Tomó el texto filosófico por enésima vez y abrió ahí donde varios papelillos adhesivos indicaban una atención especial. El excesivo subrayado iluminaba el famoso pasaje oscuro. El atributo le fascinaba. Era un reto y sabía que lo escalaría y que podía marcar el proceso de comprensión de la frase. A su edad su capital cognoscitivo ya recogía las escuelas críticas y epistemológicas. Se sentía fuerte y podría regresar al texto ese de la trascendentalidad donde tantos se habían atorado. Fundado tesis o no, había logrado la posición de oblicuidad necesaria para observar la roca a pulverizar: se expondría ante la gran frase. Había pasado la crisis de la separación final; su exnoviecita podría con su carga esa de liberarse del patán que la golpeaba, ella tan instruida y afecta a los extremos de la sumisión por la fuerza masculina en la cama. Cosa de ella desprenderse de la adicción. Él a lo suyo: exhibirse ante el gran pasaje filosófico. El hecho de que tal pasaje hubiera sido elaborado hace más de doscientos años, mediante una inconmensurable puja metódica, física y gracias a una disciplina de hábitos cortos, los extremadamente necesarios, lo había llevado a imitar lo que él llamaba estilos de concentración. La cosa de la tracendentalidad tenía que resolverse y el paso por la comprensión de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, tenía que prefigurarse con cierto elenco de fenómenos, aunque el problema Noemí aparecía recurrentemente ante él como la parte de una secuencia de acontecimientos que estaban adheridos a la necesidad de la brevísima mujer, como el hecho de preferir hombres rudos que la hicieran sentir físicamente inferior. Todo eso era uno: los hombres así, ella, y él como el espectador, el que había fracasado en el intento de satisfacerla con rudeza simulada, los fenómenos eran un flujo, la inteligencia los unía, les otorgaba vínculo. No, no comprendía hasta que tuvo una solución intelectual ya dada: incorporar al mundo, al yo, a la metafísica, a esta suma, a ella misma, llamándola: la imposibilidad de conocimiento y el fabuloso rodeo. Ella, la imposibilidad de entender el por qué se allega a tales recurrencias como ese hombre. La ilusión trascendental, el tener la estima de la unidad de la conciencia mediante la acepción de las imposibilidades. Es cierto, Dios no se conoce, ni la cosa en sí y, ella, lo que era ella, tampoco. Buen principio, buen ejemplo y buen final.