Trece.
-¡Imbécil, me retó el hijo de su blanda verga!-, pensó mientras doblaba el cotonete con cerilla ocre y mientras repasaba las decenas de artículos para el cuidado de su hija única. -Me las paga- susurró a la vez que reconocía que la molestia en el culo era una tecata de mierda porque no se había bañado en tres días.
Así fue a la fiesta de navidad. Los hermanos, o sea los tíos de la chamaca, hastiados de familia, hacían escenarios de la sobrina al fondo de la sala, cobijados por el ruido de la tele permanentemente encendida que emitía parabienes de las estrellas del espectáculo: -será una putilla irredenta, droga baratera, asistente de empresario adicto al trabajo o escenógrafa de teatro escolar de paga-. La niña será lo que sea con tal de que le parta la madre a su jodida madre, lo que sea con tal de que pueda vengar a la familia de las afrentas de la Carola, que así se llamaba, porque lo que sea de cada quien la vieja ha logrado equilibrio pese a lo gris de su vida y tiene más de lo que debe sin haber trabajado y tiene la facultad de no reconocer su vida de parásito. Aparte de todo ha cuajado su estilo y quien más lo resiente es la niña que tiene un padre consumido por el ambiente familiar de castración con un esquema de relaciones con gente bien informada y, no sólo eso, con capacidades para analizar estructuras, ambiente, por cierto, muy propicio para la niña. Esa navidad, antes de la cena, el Carolo, que así le decían al marido de ella, estalló por cualquier cosa y se negó a ir por las sidras. Delante de todos, mientras todos preparaban los diez platillos de tradición, le dijo a la Carola: -ve tú-. Los fueros internos de los hermanos y sus esposas se musicalizaron, la humillación pública fue el mejor de los regalos y se prepararon para venganza. La tensión debía de estallar. Pero Carola se la guardó al Carolo. Se dominó por la niña que se la pasó de malas, de jetas y berrinches y ningún obsequio le gustó. Todos esperaban drama que no se dio. Nadie pudo recrearse más. La navidad no reventó y se perdió, por última vez, la oportunidad de que algo aplastara a Carola que no se bañó ni al día siguiente, solo la enjuagada de hábito. Para el año que entra ya no estaría la madre de todos y sin ella ya no tenía chiste vengarse de Carola porque Carola no importaba en el fondo sino causarle a la madre un dolor fatal que le hiciera pagar la construcción familiar estructurada alrededor de la Carolita.
-¡Imbécil, me retó el hijo de su blanda verga!-, pensó mientras doblaba el cotonete con cerilla ocre y mientras repasaba las decenas de artículos para el cuidado de su hija única. -Me las paga- susurró a la vez que reconocía que la molestia en el culo era una tecata de mierda porque no se había bañado en tres días.
Así fue a la fiesta de navidad. Los hermanos, o sea los tíos de la chamaca, hastiados de familia, hacían escenarios de la sobrina al fondo de la sala, cobijados por el ruido de la tele permanentemente encendida que emitía parabienes de las estrellas del espectáculo: -será una putilla irredenta, droga baratera, asistente de empresario adicto al trabajo o escenógrafa de teatro escolar de paga-. La niña será lo que sea con tal de que le parta la madre a su jodida madre, lo que sea con tal de que pueda vengar a la familia de las afrentas de la Carola, que así se llamaba, porque lo que sea de cada quien la vieja ha logrado equilibrio pese a lo gris de su vida y tiene más de lo que debe sin haber trabajado y tiene la facultad de no reconocer su vida de parásito. Aparte de todo ha cuajado su estilo y quien más lo resiente es la niña que tiene un padre consumido por el ambiente familiar de castración con un esquema de relaciones con gente bien informada y, no sólo eso, con capacidades para analizar estructuras, ambiente, por cierto, muy propicio para la niña. Esa navidad, antes de la cena, el Carolo, que así le decían al marido de ella, estalló por cualquier cosa y se negó a ir por las sidras. Delante de todos, mientras todos preparaban los diez platillos de tradición, le dijo a la Carola: -ve tú-. Los fueros internos de los hermanos y sus esposas se musicalizaron, la humillación pública fue el mejor de los regalos y se prepararon para venganza. La tensión debía de estallar. Pero Carola se la guardó al Carolo. Se dominó por la niña que se la pasó de malas, de jetas y berrinches y ningún obsequio le gustó. Todos esperaban drama que no se dio. Nadie pudo recrearse más. La navidad no reventó y se perdió, por última vez, la oportunidad de que algo aplastara a Carola que no se bañó ni al día siguiente, solo la enjuagada de hábito. Para el año que entra ya no estaría la madre de todos y sin ella ya no tenía chiste vengarse de Carola porque Carola no importaba en el fondo sino causarle a la madre un dolor fatal que le hiciera pagar la construcción familiar estructurada alrededor de la Carolita.