caricriatura 25

Veinticinco.

Descubrió que en la parte alta del clóset del baño, el padre guardaba sus revistas de mujeres. Vibraba por grosor de caderas que le creaba molestias en las encías, los pechos centrados en pezones y caras de gente mala que se dedica a eso. Muchas veces tuvo que poner el pie a la puerta para aliviar esa desesperación que al rato volvía a molestar.

Un día encontró una foto, su primer desnudo: una abrupta rajadura con diadema de pelos negros: no lo podía creer, así de grotesco era eso. Un golpe en el pecho, un susto mayúsculo: una partida en dos para siempre. No había rostro, la cara desaparecía en el arco del cuerpo que ponía fuera la abertura absoluta, adelantada, grosera y predominante: descubrió su respiración agitada. No sabía qué con sus cinco años, ni supo que ahí comenzaba un cero referencial, no de ausencia sino el anclaje para desplegar el campo para las figuras, la medición y localización de la subjetividad que pronto proliferó en cifras, desplantes y frases sobre vehículos interminables. Entonces sí, vino una masturbación flagelante, violenta, punitiva: no podía concluir ni aliviarse. Estaba en la composición del lugar del padre, la casa de la abuela, el clóset donde se escondía la mujer más real, el placer y la necesidad, la disrupción, la fractura y el paisaje que después descompondría las formas y los guarismos, estaba en el comienzo que ya había comenzado: no podía explicarse el porqué así, de esa forma, de esa manera y ese tirarse abierta para ser bien vista por la mitad de la especie, como si fuera el castigo y él, el culpable, el derrotado y el centro del conflicto.