caricriaturas 26, 27 y 28

Veintiséis.

Tenía que caer. Creo que esperé unos veinte años –un decir pues no esperé precisamente-. El encuentro tenía que ser un desastre. Entre nosotros no pasó nada. Nada. Puro malentendido: una de esas relaciones estúpidas, de gentes estúpidas que creen que el otro está en desventaja. Fue en un imbécil autoservicio y ella estaba absolutamente descuidada. Yo quise decirle algo y me salió del hocico una pendejada. Consideremos que ella se repuso y me dijo una de esas cortesías telenoveleras de la que seguro se regocija. Consideremos que yo adiviné sus colapsos físicos. Tal vez me ganaba en goce, de ese que se precia de tener oclusiones y síntomas. Me ganaba de todas todas y se lo concedí. Fue el dia que cerró una relación que despuntaba para los mejores odios, pero creo que nos odiábamos tanto que no quisimos nada uno del otro, mas que esa resequedad, ese volver a vernos para medir lo nada que somos. Sí, me chingó. Siempre me midió con mi vara.

Veintisiete.

Tiene un nombre desagradable. Lo visible en ella es un gran vientre, parecer gente de gobierno y sus ojos inquisidores. Se precia de una afición bien cotizada. Ahí donde se puede chismear, donde apoyan los brazos los espectadores de las sesiones del Tribunal, ella se mueve entre los involucrados a modo de mediadora sin mucha habilidad aunque sí con una envidiable seriedad. Ahí conocí una de sus sentencias lapidarias contra una tipa que tiene habilidad para el arreglo personal. –“Admito que me equivoqué: esa no tiene nada”-, dijo en susurro. A pesar de ser cazadora de historias, por lo de su afición, nunca sabrá de lo que se perdió pues la despreciada tiene una historia que la dejaría hechizada. Cree que cargar con un culo traga hombres es suficiente para hacerse de buenas historias, pero no. Me gusta la serenidad de esta justicia que deja en el anonimato una cruzada espiritual inconmensurable.

Veintiocho.

El genio de la imagen filmada pasó su mano sobre su actriz preferida y recorrió, ahora con el meñique, ese arco frontal y la forma de resolverse en el hundimiento de los ojos y el nacimiento de la nariz. Le molestó que el azar le hubiera dado la mejor toma, cuando ella arrugó el ceño recordando algo ajeno al guión, después de besar al jovencito. El rostro adquirió un acento impredecible, raro en una mujer enamorada. Nadie reparó en que el gesto no fue dirigido.

Al ver la escena el director y su actriz, el preguntó sobre esa ligera y súbita arruga en la frente. Ella rápida respondió, -me acordé de algo-. Ah, entonces fue falta de concentración-. -Pues, sí.- concluyó la trigueña, -pues sí-. Bueno, pero no se lo dices a nadie y yo no te pregunto que pensaste, ¿va?. -Es la mejor escena de la película, la mejor actuación y así debe de quedarse: dirigida y actuada-.

-¡Imbécil!- Pensó ella al mismo tiempo que fruncía su jetilla y reconocía ese nuevo poder de aderezar su actuación, cosa que, por cierto, jamás pudo repetir. Por lo menos hasta donde sé.