Veintinueve.
Se trata de mostrar a todo mundo, a todos aquellos que creyeron que yo no merecía lo mejor del sexo, que me están jodiendo de lo lindo. Se trata de que sepan sobre la pérdida de tiempo que tuve con aquél. No me importa que sepan que aquí en esta casa se coge de verdad, se parte culo, la verga manda. Que me oigan, que me odien, que se tapen los oídos, que sufran por mí, que los asquee, que me acusen y que rayen cuadernos y fotos y paredes con coraje por mi culpa de gozarla tanto. Soy yo la biencogida, la que se consume de supina, la que le rinde a mi Rey, la que no le importa nada este fin de mi vida y que después me lleve la chingada. Yo, yo ya no me regreso.
Treinta.
Podría ser cualquiera. Es un hombre dedicado a investigaciones científicas que mide los rangos de los eventos minúsculos. Para términos de entretenimiento se trata de no entrar en detalles técnicos de lo que hacía pues no es interés el dar rasgos de verosimilitud, el chiste es que este hombre –nada en realidad lo individualizaba, ni un detalle sobresaliente, alguna exageración, tal vez la calidad superlativa de la piel o su diabetes que padecía desde adolescente- el chiste es que, no podía dar con el concepto para completar un proceso accesorio de su teoría principal: encontrar la figura transitiva que sostuviera descriptivamente, en un solo momento, la relación de micro-sucesos con un suceso maquínico visible sin necesidad de aparatos.
En realidad ya había concebido mentalmente el cómo es que la articulación se daba, es decir, el descubrimiento ya estaba hecho. Ahora se trataba de un conflicto de descripción, de palabras. Se alegró de su problema y, sobre todo, de entender que ya no le concernía nombrar ese proceso de simultaneidad. En su diario de trabajo anotó su traba que impedía formular en otro lenguaje el cómo de la atadura de procesos para dar con otro, uno visible.
En lugar de irritarse por el freno, por el impedimento, asumió su incapacidad y por fin se dejó de sentir individuo para sentirse especie.
Treinta y uno.
El buey me pidió una secuencia de fotos de rostros que pasan ante los puestos de pornografía, allá en el eje. Pendeja de mí que le platiqué que me pasé media peda instalada en un poste viendo a la gente que veía los puestos de video porno. Un indígena que acercó el disco a su cara para ver detalles de niñas japonesas meneándose en un dildo de dos puntas; un empleado de empresa que regresó a ver a la embarazada montándose dos vergas; unas chamacas riéndose de un enorme vergón negro y una señora joven y gorda, cochina y con cigarro que se llevó videos de sexo con animales. Así como dos horas. Yo me puse a atender el paulatino bajón de alcohol y mis cambios de percepción, desde la muy filosófica hasta la muy sola. No llevé la cámara y lamenté que esas imágenes se perdieran pero después lo disfruté, se perdieron, pertenecieron a lo suyo, se fueron.
Se trata de mostrar a todo mundo, a todos aquellos que creyeron que yo no merecía lo mejor del sexo, que me están jodiendo de lo lindo. Se trata de que sepan sobre la pérdida de tiempo que tuve con aquél. No me importa que sepan que aquí en esta casa se coge de verdad, se parte culo, la verga manda. Que me oigan, que me odien, que se tapen los oídos, que sufran por mí, que los asquee, que me acusen y que rayen cuadernos y fotos y paredes con coraje por mi culpa de gozarla tanto. Soy yo la biencogida, la que se consume de supina, la que le rinde a mi Rey, la que no le importa nada este fin de mi vida y que después me lleve la chingada. Yo, yo ya no me regreso.
Treinta.
Podría ser cualquiera. Es un hombre dedicado a investigaciones científicas que mide los rangos de los eventos minúsculos. Para términos de entretenimiento se trata de no entrar en detalles técnicos de lo que hacía pues no es interés el dar rasgos de verosimilitud, el chiste es que este hombre –nada en realidad lo individualizaba, ni un detalle sobresaliente, alguna exageración, tal vez la calidad superlativa de la piel o su diabetes que padecía desde adolescente- el chiste es que, no podía dar con el concepto para completar un proceso accesorio de su teoría principal: encontrar la figura transitiva que sostuviera descriptivamente, en un solo momento, la relación de micro-sucesos con un suceso maquínico visible sin necesidad de aparatos.
En realidad ya había concebido mentalmente el cómo es que la articulación se daba, es decir, el descubrimiento ya estaba hecho. Ahora se trataba de un conflicto de descripción, de palabras. Se alegró de su problema y, sobre todo, de entender que ya no le concernía nombrar ese proceso de simultaneidad. En su diario de trabajo anotó su traba que impedía formular en otro lenguaje el cómo de la atadura de procesos para dar con otro, uno visible.
En lugar de irritarse por el freno, por el impedimento, asumió su incapacidad y por fin se dejó de sentir individuo para sentirse especie.
Treinta y uno.
El buey me pidió una secuencia de fotos de rostros que pasan ante los puestos de pornografía, allá en el eje. Pendeja de mí que le platiqué que me pasé media peda instalada en un poste viendo a la gente que veía los puestos de video porno. Un indígena que acercó el disco a su cara para ver detalles de niñas japonesas meneándose en un dildo de dos puntas; un empleado de empresa que regresó a ver a la embarazada montándose dos vergas; unas chamacas riéndose de un enorme vergón negro y una señora joven y gorda, cochina y con cigarro que se llevó videos de sexo con animales. Así como dos horas. Yo me puse a atender el paulatino bajón de alcohol y mis cambios de percepción, desde la muy filosófica hasta la muy sola. No llevé la cámara y lamenté que esas imágenes se perdieran pero después lo disfruté, se perdieron, pertenecieron a lo suyo, se fueron.
Ese día entendí un poco más de foto con eso de las imágenes perdidas, las irrecuperables. Le platiqué al jefe y se imaginó cuatro páginas con rostros de gente de ciudad enfrentados con genitales expuestos. Ni modo, lo haré, aunque no le dije que un video superaría cualquier foto fija, por eso del rostro que se cuida, se conmueve, se excita, curiosea y vuelve a cuidarse, el chiste es el cambio y el movimiento de las expresiones que la foto nunca tendrá del todo. Me gusta el porno, sobre todo cuando puedes tener imágenes inesperadas como las miradas de las penetradas que pierden el dominio, se extravían, y ya no actúan sino que giran la cabeza para ver al que se las jode, entre subordinadas, agradecidas, dominadas, poseídas y completas. Eso es lo que me gusta. Te diré que una vez cuando una de las mujeres era arremetida su cuerpo se convulsionó, sus manos se crisparon de tal manera que eso, las manos afectadas por la descarga eléctrica del orgasmo y nomás presionar con mis muslos me vine, muy raro, despacito pero como muy largo. Me vine ¿tu crees?
Me gustó esa tarde. Nada me la echó a perder.
Me gustó esa tarde. Nada me la echó a perder.