Cuarenta.
Para empezar la sensación es amplia y la condición pesada; como un estar aquí consistente. Me gustaría hablar de contornos pero sería otra cosa. Parece que no hay pliegues ni fisuras, así que vuelvo a la amplitud pero ahora es cómoda, ¿cómo decirlo? Sin tanto miedo, como si tuviera todo el tiempo de vida, como si pudiera concebir que algo en mí tiene toda la vida; aunque me falta algo de mi cuerpo que lo reconozca, detenido como está en sus rencores. No quiero asombrarme demasiado, ni iluminarme ni colorearme, ni perder esta amplitud ni extensión. Tengo algo de mí que impide desplegarme como si me ataran a algo por seguridad. Soy vivo y continuo. Tengo que perdonar mi limitación; más bien comprenderla. Creo que en eso se basa mi continuidad que como individuo dispongo. No soy una trabazón aunque mis equívocos me dividan, me impidan. Me gustaría ser poeta para figurar esto. Tal vez ahí está el secreto y el misterio. No lo soy. Algo en mi lo reconoce. Leo poesía y la consumo. En mi impedimento, en esto preciso, no ser poeta lo asumo como un poder. Soy lector de poesía y así como quien la escribe puedo entenderme y entendérmelas con ello. Mi vocación es hallarme en la amplitud y los poetas me han puesto, me han sentado en lo que no se puede medir. En este lado de no ser poeta radica algo. Soy el primer sorprendido y me gusta aceptarlo. Soy el otro, lo otro también.
Cuarenta y uno.
Me falta una transitiva para cerrar el círculo. Tengo todo para describir la curva, las imágenes flavas, las estructuras deslizantes, los ornamentos difusos, los destellos de doble giro, el reflujo de síntesis y varios anillados de referencia, tres piedras lisas de toque y sinuosas musicales, incluso tres domos borradores para incluir la política de mi país. Pero me falta algo, un latigazo emocional que deje ver lo mucho que quiero a mi hija.
Cuarenta y dos.
Hasta cree que se volvió humilde y que no es gente de gran aliento. A su edad considera que lo que se dio, cedió, se dio y no hay más en términos de su breve producción temática que rápidamente recorrió el circuito de sus conocidas dolencias. Le bajó a su expresión; ahora es suave y ya no quiere discutir sino disfrutar a los demás en su convencimiento. Así como ya puede gozar de la intemperie de sus límites, goza la extensión, el cerco y el recreo de los ajenos. Disfruta de ese mercado de blindajes. Pasea así con el éxito de haber conseguido una clausura mental inesperada y cualquier mentada de claxon por su paso lento lo agradece y trata de ver el rostro del agresor con prisas para congraciarse con su egotismo. Incluso su última obra tiene mejor cuajado pues con este conocimiento puede confrontar con sutileza a sus personajes que padecen la certeza inclemente de que lo mejor de sus energías, de sus experiencias, de sus placeres ha pasado, no así su rencor, resentimiento y deseos de venganza. Además, se nota, tiene la prudencia de conservar una complejidad reducida en la anécdota pues ya no quiere experimentar con su teatro de títeres para adulto. Ya así nomás, con tener contacto con las gentes de su tiempo, de su entorno, basta.
Tal vez vivir así, después de tanta crisis, sea grato; aunque no sé que hacer con la imagen que tengo de él cuando lo vi garabateando, hace poco, violentamente, una revista. Al irse de la sala de audiencias, la tomé y me hallé con cabezas rayadas, negadas, con un estropajo de líneas negras cubriendo cada delgada belleza. Me gustaría pasar el detalle a alguien pero no, mejor no. Esta imagen es para cine no para teatro.
Cuarenta y tres.
-¿Viste al tipo ese impecablemente vestido y limpísimo y a su familia? Me fijé en los hijos, iban por los pasaportes de ellos. ¿No? Me impresionó su limpieza y su cuidado. Muy joven y su esposa en pants muy limpios también, finísimos. Me gustó su nariz grande y el detalle que llenara los formatos en el suelo aunque estaban reluciente. Nunca se hablaron entre ellos y ella era jovencísima. Él conservaba su mirada hacia arriba distanciándose de nosotros. También había gente muy fregada yo creo que para irse a trabajar allá porque aquí está de la mierda. Allá en la sala contigua me tocó con él. Yo llevaba mi libro y poco a poco me deslicé en la silla-. –Sí, ya te imagino con las piernas abiertas-, le dije. Pues en una de esas descubrí que me estaba viendo y rápidamente desvió la mirada. Creo que pensaba lo mismo que yo, lo inmensamente lejana y desagradable que soy para él, despatarrada, todo lo contrario a su ninfa exquisitamente comportada. Imagínate casada yo con él. Imposible.
Ya no le dije que sí los vi, viéndose, odiándose y despreciándose, aunque no puedo asegurar que cuando vio sus muslos abiertos se le antojó tu despatarre, el dibujo de tu coneja. Hijo de su puta madre se hincó el mochito, se asomó a la clase baja a oler. Seguro está harto de la clínica entre piernas que tiene su mujer, seguro que te quiso arremeter, trepanar y dejarte jodida y preñada con todo y tus ojitos hermosos de niña asombrada de lo verga que están las cosas y que se van a poner peor. Pinche país.
Cuarenta y cuatro.
Escúchame: Foto en periódico: su cara apenas puede ocultarse tras su mano enjoyada. La General de Justicia la citó a comparecer por un caso de corrupción en la Secretaría. No. Mejor la agarro cuando al comienzo de la legislatura, con el recurso de brazos cruzados y escote, ostentaba cargo, tetas y, parada de puntas, culo frente al diputado novato: Alta funcionaria de gobierno. Le sumo la imagen el día de la presentación del equipo, sentada en primera, de breve vestido de viscosa muy adherido. Todo un entramado para sostener la sonrisa amplia, hermosa de segura de sí misma, no creas que de dientes bonitos. A mi me fascina. Tiene algo que mezcla exigencia con envoltura. No sé. Me encanta su hociquillo promiscuo, su soberbia vulgar y esa mirada de vieja corrupta que mezcla poder, dinero y cama. Eso me gusta. ¿Crees que lo pueda sostener? Tiene una boca genital: toda una vulva contra la cual repasar un glande vencido. O mejor esto: su cara deslavada careándose a gritos como el otro día en los separos, mirada por sus subordinadas que la odian. Te dije que la vi paseándose en el Centro? Impune y distinta, sórdida, todo puntas como gente del sistema.
¿Sabes lo que más me puede? Es la gente que puedo saquear, la que se atreve a todo, la que acaba mal, la que escriben de ella, la que está en la tensión de verdad. Mírala, toda delincuente casi inocente de sus delitos. Ella sí tiene el conflicto, la voluntad de ganar o perderse. Tal vez sea eso: sus tripas para andar en lo cabrón desde el principio al final. Eso me encabrona y esa la única forma de poseerla: hacer leña, sarcasmo o de referente ético. ¿No te queda ese gustito cada vez que escribimos la columna de alguien así? O ¿de qué te sirve un nacional de periodismo cuando son ellos los que te lo dan?. O de qué te precias cuando sabes las mierdas del director? Me cagan mis tripas….
Cuarenta y cinco.
María untó su dosis de agua pulverizada en su vientre de piedra. Aburrida, goteó en su mucosa bucal gotas de ácana, su droga específica para: mujer-policía-dedicada-a-neutralizar-virus. La dulzura permeó en instantes: benéfica desde talones a nuca, amplia, radiada de agilidad mental.
Desde el cubil acrílico de limpia, miró su pantalla 4d de canal personal; la noticia del día ya no la sorprendió: Ya no más elecciones, el orden social a cargo de la frama panal, ninguna decisión a la política. -Bien, se acabó una era- pensó y pasó a deleitarse de su último éxito: someter el virus multifronte a la dormidera, justo en el umbral de irreversibilidad y antes de su resolución expansiva. El virus engañado creería trabajar en su crisis de digesta preventiva indefinidamente. María paladeó su táctica genial mezcla de droga e intuición: tiempos diferenciados y lecturas invertidas, simultaneidad para placebos totales: el mierda virus dormiría poderoso e inútil. Una gota más de ácana para festejarse y motilizar: la clave fue sujetar al virus a crisis periféricas sucesivas de núcleo estable. –Como los humanos- pensó.
Por la 4d pasó el rostro de su hijo el militar aún adolescente. Tocó la memoria de la imagen: calor, olor, el hijo colapsado.
Feliz, ya nada le preocupó, Desde hace tres años descansó el alma, desde el día de la revelación universal de Dios que borró todas las teologías. Muerte sí, pero con sentido. María agradeció que su prisión fuera tan benigna, aunque le faltó algo de agua.
Cuarenta y seis.
Un pequeño destello en el cual pudo entrever que procesos más grandes que ella estaban ocurriendo. Le hirió, pues, descubrir que era utilizada no sólo por la especie sino por algo mayor y no divino. Usada, ella que desarrollaba un trabajo extremadamente sencillo aunque socialmente necesario: una repetitiva labor de alisado. Bien, era la catástrofe. Inmediatamente se repuso. Se reacomodó en su sillín por una misteriosa serie de movimientos internos que impidió el brote de la locura. Iba a desgañitarse gritando pero algo la salvó; tal vez lo mismo que le propició el descubrimiento. -¡Vaya manera de complicarse la vida cuando uno no es así!-. El susto dejó su muesca y siguió alisando el pelo ajeno. El salón de belleza, la cosmética, necesitaba estabilidad.
Cuarenta y siete.
Después de años en consultas terapéuticas y de creerse agujero entre los agujeros, un día de estos, salió coronado entre los barrios salubres de la clase media con una distinción que aliviaba inesperadamente la cojera emocional que padeció al igual que todos sus hermanos. No lo pudo gritar, ni trató de sonreír aunque ostentaba una victoria -un tránsito hacia detalles con sutilezas exquisitamente elaboradas-, no un triunfo definitivo como él creía sino un hallazgo definitorio.
Por fin uno de su especie repetía, justo al abordar un camión que lo llevaría del consultorio de psicoanálisis a la oficina, donde un tipo amolado de siempre entonaba una canción oratoria a Dios, -sí, soy el conflicto de mi madre-.
Cuarenta y ocho.
Dormir. Ni un trago más. Desvestirme. ¿Me tomé la pastilla? El aprendizaje de hoy: cinismo puro, casi absoluto pero nada de dejarse fluir, sino observar a dónde llega uno con sus declaraciones.
Cuarenta y nueve.
Comprendió, en una lectura, que su lugar en la historia ya estaba predeterminado; que su constreñido y meticuloso carácter fungía dentro de un sistema que no comprendía (por eso era sistema). Incluso su no-comprender era parte de las vibraciones de ese sistema: hipocondría, debilidad de ánimo, ser pueblo, limitado y limitante, breve, falto de energías superiores para hundirse en los caldos femeninos, aunque no para asumir sus disciplinas políticas, todo ello constituía su fatalidad inamovible, su necesidad y la destrucción de su contingencia. La esencia era esa: no ser reconocido por los otros, es la energía que hace reconocer a los que se distinguen. Él es una sustancia reveladora. En su difícil anonimato era eso, una fuerza negativa que generaba positividad. Y por primera vez sintió que era espíritu, esa parte incognoscible, oscura y poderosa que sustenta la luz, el relieve y la diferencia.
Cincuenta.
Ni la cámara de alta tecnología de televisión, esa que desnuda las jugadas, ni las millones de miradas humanas pudieron certificar que la anotación no fue del Mendieta. Fue un acuerdo instantáneo y la cosa quedó entre los dos, el defensa y el delantero. Y eso que el chaparro lo estuvo insultando y escupiendo y erutando durante el partido. El puto chaparro fue el que metió el gol. Ni modo que dijera -fue mío, fue mi autogol-. Ni modo chaparro, Mendieta te debe la fama del domingo.
Para empezar la sensación es amplia y la condición pesada; como un estar aquí consistente. Me gustaría hablar de contornos pero sería otra cosa. Parece que no hay pliegues ni fisuras, así que vuelvo a la amplitud pero ahora es cómoda, ¿cómo decirlo? Sin tanto miedo, como si tuviera todo el tiempo de vida, como si pudiera concebir que algo en mí tiene toda la vida; aunque me falta algo de mi cuerpo que lo reconozca, detenido como está en sus rencores. No quiero asombrarme demasiado, ni iluminarme ni colorearme, ni perder esta amplitud ni extensión. Tengo algo de mí que impide desplegarme como si me ataran a algo por seguridad. Soy vivo y continuo. Tengo que perdonar mi limitación; más bien comprenderla. Creo que en eso se basa mi continuidad que como individuo dispongo. No soy una trabazón aunque mis equívocos me dividan, me impidan. Me gustaría ser poeta para figurar esto. Tal vez ahí está el secreto y el misterio. No lo soy. Algo en mi lo reconoce. Leo poesía y la consumo. En mi impedimento, en esto preciso, no ser poeta lo asumo como un poder. Soy lector de poesía y así como quien la escribe puedo entenderme y entendérmelas con ello. Mi vocación es hallarme en la amplitud y los poetas me han puesto, me han sentado en lo que no se puede medir. En este lado de no ser poeta radica algo. Soy el primer sorprendido y me gusta aceptarlo. Soy el otro, lo otro también.
Cuarenta y uno.
Me falta una transitiva para cerrar el círculo. Tengo todo para describir la curva, las imágenes flavas, las estructuras deslizantes, los ornamentos difusos, los destellos de doble giro, el reflujo de síntesis y varios anillados de referencia, tres piedras lisas de toque y sinuosas musicales, incluso tres domos borradores para incluir la política de mi país. Pero me falta algo, un latigazo emocional que deje ver lo mucho que quiero a mi hija.
Cuarenta y dos.
Hasta cree que se volvió humilde y que no es gente de gran aliento. A su edad considera que lo que se dio, cedió, se dio y no hay más en términos de su breve producción temática que rápidamente recorrió el circuito de sus conocidas dolencias. Le bajó a su expresión; ahora es suave y ya no quiere discutir sino disfrutar a los demás en su convencimiento. Así como ya puede gozar de la intemperie de sus límites, goza la extensión, el cerco y el recreo de los ajenos. Disfruta de ese mercado de blindajes. Pasea así con el éxito de haber conseguido una clausura mental inesperada y cualquier mentada de claxon por su paso lento lo agradece y trata de ver el rostro del agresor con prisas para congraciarse con su egotismo. Incluso su última obra tiene mejor cuajado pues con este conocimiento puede confrontar con sutileza a sus personajes que padecen la certeza inclemente de que lo mejor de sus energías, de sus experiencias, de sus placeres ha pasado, no así su rencor, resentimiento y deseos de venganza. Además, se nota, tiene la prudencia de conservar una complejidad reducida en la anécdota pues ya no quiere experimentar con su teatro de títeres para adulto. Ya así nomás, con tener contacto con las gentes de su tiempo, de su entorno, basta.
Tal vez vivir así, después de tanta crisis, sea grato; aunque no sé que hacer con la imagen que tengo de él cuando lo vi garabateando, hace poco, violentamente, una revista. Al irse de la sala de audiencias, la tomé y me hallé con cabezas rayadas, negadas, con un estropajo de líneas negras cubriendo cada delgada belleza. Me gustaría pasar el detalle a alguien pero no, mejor no. Esta imagen es para cine no para teatro.
Cuarenta y tres.
-¿Viste al tipo ese impecablemente vestido y limpísimo y a su familia? Me fijé en los hijos, iban por los pasaportes de ellos. ¿No? Me impresionó su limpieza y su cuidado. Muy joven y su esposa en pants muy limpios también, finísimos. Me gustó su nariz grande y el detalle que llenara los formatos en el suelo aunque estaban reluciente. Nunca se hablaron entre ellos y ella era jovencísima. Él conservaba su mirada hacia arriba distanciándose de nosotros. También había gente muy fregada yo creo que para irse a trabajar allá porque aquí está de la mierda. Allá en la sala contigua me tocó con él. Yo llevaba mi libro y poco a poco me deslicé en la silla-. –Sí, ya te imagino con las piernas abiertas-, le dije. Pues en una de esas descubrí que me estaba viendo y rápidamente desvió la mirada. Creo que pensaba lo mismo que yo, lo inmensamente lejana y desagradable que soy para él, despatarrada, todo lo contrario a su ninfa exquisitamente comportada. Imagínate casada yo con él. Imposible.
Ya no le dije que sí los vi, viéndose, odiándose y despreciándose, aunque no puedo asegurar que cuando vio sus muslos abiertos se le antojó tu despatarre, el dibujo de tu coneja. Hijo de su puta madre se hincó el mochito, se asomó a la clase baja a oler. Seguro está harto de la clínica entre piernas que tiene su mujer, seguro que te quiso arremeter, trepanar y dejarte jodida y preñada con todo y tus ojitos hermosos de niña asombrada de lo verga que están las cosas y que se van a poner peor. Pinche país.
Cuarenta y cuatro.
Escúchame: Foto en periódico: su cara apenas puede ocultarse tras su mano enjoyada. La General de Justicia la citó a comparecer por un caso de corrupción en la Secretaría. No. Mejor la agarro cuando al comienzo de la legislatura, con el recurso de brazos cruzados y escote, ostentaba cargo, tetas y, parada de puntas, culo frente al diputado novato: Alta funcionaria de gobierno. Le sumo la imagen el día de la presentación del equipo, sentada en primera, de breve vestido de viscosa muy adherido. Todo un entramado para sostener la sonrisa amplia, hermosa de segura de sí misma, no creas que de dientes bonitos. A mi me fascina. Tiene algo que mezcla exigencia con envoltura. No sé. Me encanta su hociquillo promiscuo, su soberbia vulgar y esa mirada de vieja corrupta que mezcla poder, dinero y cama. Eso me gusta. ¿Crees que lo pueda sostener? Tiene una boca genital: toda una vulva contra la cual repasar un glande vencido. O mejor esto: su cara deslavada careándose a gritos como el otro día en los separos, mirada por sus subordinadas que la odian. Te dije que la vi paseándose en el Centro? Impune y distinta, sórdida, todo puntas como gente del sistema.
¿Sabes lo que más me puede? Es la gente que puedo saquear, la que se atreve a todo, la que acaba mal, la que escriben de ella, la que está en la tensión de verdad. Mírala, toda delincuente casi inocente de sus delitos. Ella sí tiene el conflicto, la voluntad de ganar o perderse. Tal vez sea eso: sus tripas para andar en lo cabrón desde el principio al final. Eso me encabrona y esa la única forma de poseerla: hacer leña, sarcasmo o de referente ético. ¿No te queda ese gustito cada vez que escribimos la columna de alguien así? O ¿de qué te sirve un nacional de periodismo cuando son ellos los que te lo dan?. O de qué te precias cuando sabes las mierdas del director? Me cagan mis tripas….
Cuarenta y cinco.
María untó su dosis de agua pulverizada en su vientre de piedra. Aburrida, goteó en su mucosa bucal gotas de ácana, su droga específica para: mujer-policía-dedicada-a-neutralizar-virus. La dulzura permeó en instantes: benéfica desde talones a nuca, amplia, radiada de agilidad mental.
Desde el cubil acrílico de limpia, miró su pantalla 4d de canal personal; la noticia del día ya no la sorprendió: Ya no más elecciones, el orden social a cargo de la frama panal, ninguna decisión a la política. -Bien, se acabó una era- pensó y pasó a deleitarse de su último éxito: someter el virus multifronte a la dormidera, justo en el umbral de irreversibilidad y antes de su resolución expansiva. El virus engañado creería trabajar en su crisis de digesta preventiva indefinidamente. María paladeó su táctica genial mezcla de droga e intuición: tiempos diferenciados y lecturas invertidas, simultaneidad para placebos totales: el mierda virus dormiría poderoso e inútil. Una gota más de ácana para festejarse y motilizar: la clave fue sujetar al virus a crisis periféricas sucesivas de núcleo estable. –Como los humanos- pensó.
Por la 4d pasó el rostro de su hijo el militar aún adolescente. Tocó la memoria de la imagen: calor, olor, el hijo colapsado.
Feliz, ya nada le preocupó, Desde hace tres años descansó el alma, desde el día de la revelación universal de Dios que borró todas las teologías. Muerte sí, pero con sentido. María agradeció que su prisión fuera tan benigna, aunque le faltó algo de agua.
Cuarenta y seis.
Un pequeño destello en el cual pudo entrever que procesos más grandes que ella estaban ocurriendo. Le hirió, pues, descubrir que era utilizada no sólo por la especie sino por algo mayor y no divino. Usada, ella que desarrollaba un trabajo extremadamente sencillo aunque socialmente necesario: una repetitiva labor de alisado. Bien, era la catástrofe. Inmediatamente se repuso. Se reacomodó en su sillín por una misteriosa serie de movimientos internos que impidió el brote de la locura. Iba a desgañitarse gritando pero algo la salvó; tal vez lo mismo que le propició el descubrimiento. -¡Vaya manera de complicarse la vida cuando uno no es así!-. El susto dejó su muesca y siguió alisando el pelo ajeno. El salón de belleza, la cosmética, necesitaba estabilidad.
Cuarenta y siete.
Después de años en consultas terapéuticas y de creerse agujero entre los agujeros, un día de estos, salió coronado entre los barrios salubres de la clase media con una distinción que aliviaba inesperadamente la cojera emocional que padeció al igual que todos sus hermanos. No lo pudo gritar, ni trató de sonreír aunque ostentaba una victoria -un tránsito hacia detalles con sutilezas exquisitamente elaboradas-, no un triunfo definitivo como él creía sino un hallazgo definitorio.
Por fin uno de su especie repetía, justo al abordar un camión que lo llevaría del consultorio de psicoanálisis a la oficina, donde un tipo amolado de siempre entonaba una canción oratoria a Dios, -sí, soy el conflicto de mi madre-.
Cuarenta y ocho.
Dormir. Ni un trago más. Desvestirme. ¿Me tomé la pastilla? El aprendizaje de hoy: cinismo puro, casi absoluto pero nada de dejarse fluir, sino observar a dónde llega uno con sus declaraciones.
Cuarenta y nueve.
Comprendió, en una lectura, que su lugar en la historia ya estaba predeterminado; que su constreñido y meticuloso carácter fungía dentro de un sistema que no comprendía (por eso era sistema). Incluso su no-comprender era parte de las vibraciones de ese sistema: hipocondría, debilidad de ánimo, ser pueblo, limitado y limitante, breve, falto de energías superiores para hundirse en los caldos femeninos, aunque no para asumir sus disciplinas políticas, todo ello constituía su fatalidad inamovible, su necesidad y la destrucción de su contingencia. La esencia era esa: no ser reconocido por los otros, es la energía que hace reconocer a los que se distinguen. Él es una sustancia reveladora. En su difícil anonimato era eso, una fuerza negativa que generaba positividad. Y por primera vez sintió que era espíritu, esa parte incognoscible, oscura y poderosa que sustenta la luz, el relieve y la diferencia.
Cincuenta.
Ni la cámara de alta tecnología de televisión, esa que desnuda las jugadas, ni las millones de miradas humanas pudieron certificar que la anotación no fue del Mendieta. Fue un acuerdo instantáneo y la cosa quedó entre los dos, el defensa y el delantero. Y eso que el chaparro lo estuvo insultando y escupiendo y erutando durante el partido. El puto chaparro fue el que metió el gol. Ni modo que dijera -fue mío, fue mi autogol-. Ni modo chaparro, Mendieta te debe la fama del domingo.