Treinta y siete.

Y lo voy a bailar. Y me voy a grabar en video para subirlo a la red y que todos puedan verme. Mi cuerpo no da para mucho más. Me sentiré soñado y ausente, bien tejido con todo, poderoso y logrado, al tono con las cosas de este tiempo; poseído y rasante, lubricado. Pongo mi música perfecta, me desato y me muevo hasta que llore, como el otro día. Quiero que me vean como puedo hacer esto del ridículo, con este cuerpo que tengo de 52 años: agitarme y hacer los pasos que hago a solas. Quiero que me vean mis conocidos y que les caiga bien y que digan, me cae bien el cabrón porque le vale madres el ridículo y todo. Me pongo en calzones, caliento y le digo a mi mujer que me grabe. Ella sabe entenderme. Les voy a demostrar cómo se baila, bien sentido, con estilo propio, sin querer quedar bien, libre de toda complicación. Mandando todo a la mierda y llorando otra vez de sentirme partido en dos desde siempre, por culpa de nadie, de ninguna vieja, simplemente por el hecho de ser uno, uno que es dos.


Treinta y ocho.

Tengo casi todo para una narración que se vendería bien y rápido: la parte sórdida es inmejorable, eso que solo puede darse en las tranquilidades e inmundicias del hogar. Definitivamente tendría que desplazar las mierdeces y miserias a otra configuración de parentelas porque no quiero exhibirme ni regalar mi estercolero. En el borrador conservaré nuestros nombres porque a la hora de escribir necesito de la purga de la tensión mental, el vómito del coraje y la exhibición sin pudor de mi impotencia. El detalle cómico no estará ausente y otro matiz del amor no sobrará y, por supuesto, que –lo que le gusta a la gente pues-, a la infamia la adornaré con detalles de esos que dan giros sorpresivos; incluso con una imagen asqueante de suicidio propiciada por un personaje que gozó de un extremo de la pasión digamos, inconscientemente exhibida en el pleno doméstico, para decirlo suavecito. Con lo que quiero jugar es con la confesión de que no estoy preparado para digerir esa pifia. Y con lo que tengo que cargar es que soy de esos que no pueden aprovechar el haber conseguido un soporte para levantar abstracciones y que creen hacer estética con los procesos de su pobreza moral.


Treinta y nueve.

Ya me llegó la edad de decidirme. No tengo un día más. Mañana se dan las candidaturas. Si gano es una vida y si no es otra vida. Incompatibles, definitivamente. Me vale madre los que dicen que hay mucha gente que hace las dos cosas y hasta cuatro. Yo no soy de esas. Quiero decidirme antes que la vida decida por mí. Quiero llegar a cualquier momento decidida. No quiero la candidatura a la vez que lo otro. Quiero estar en paz y dedicar todo a la campaña que ganaría fácilmente y no pensar en lo otro, olvidarme de lo otro. Toda mi vida ha sido así, lo demás decide por mí. Tengo unas horas para renunciar a la candidatura o renunciar a lo otro. Este es el punto. Las dos cosas no. Estoy harta de vivir sin corazón y con tantas oportunidades. Pero no me llamo a engaño. No hay de dos y lo otro es endemoniadamente difícil. Es fácil tener la mañana siguiente comprada.